Un mundo irreal

Pensemos en un mundo irreal. Donde las flores sean de diamantes y oro y nadie se las quiera robar. Para que cada vez que abramos la ventana el Sol y la Luna se encuentren tan cerca como para poderlas acariciar, sin riesgo de que la cercanía del señor Sol nos pueda lastimar.

Que cada vez que llueva caigan estrellas de colores, capaces de iluminar toda la ciudad. Que el colchón y la almohada sean de nubes para que la siesta con lluvia acompañe la ocasión.

Que no haya mejor plata que un abrazo, y que de los árboles caigan besos en vez de hojas, que nos peguen en la cara con la ayuda del viento. 

Que en cada esquina haya un instrumento, para que la gente cuando pare le cante una canción a la vida. Que en los colectivos suba gente con guitarras a cantar, no por necesidad, sino por amor a la música. Que el vendedor ambulante sea un vendedor de ilusiones, como el cortometraje de esa tarjeta de crédito con nombre de color, o de fruta, como más prefiera uno. Que esa ilusión, se compre con sonrisas y no con dinero.
Que no haya ricos ni pobres, que haya igualdad. Que lo sueños no sean sueños, que sean algo real.